Un tanto agobiado de echar las raíces en las diaclasas de los exámenes, decidí abrir los horizontes, para sentirme como el viento que juega con las nubes y acaricia la roca, textura milenaria creada desde hace solo 20 millones de años.
Trace derrota montaña arriba, pasando por la siempre agradecida fuente del pilón de Cobos, donde un cartel de “agua no potable” suena a pura rechifla, la de veces que llegamos con la bici a este hito situado a 800 m sobre el nivel del mar y nos volcamos ansiosos hasta saciar toda la sed que pide un corazón ronco de bombear a 180 pulsaciones durante media hora, para luego rematar el tramo más duro. No pudo exterminarnos nuestra bendita locura sobre pedales, ¿lo va a hacer esta mineralizada agua?
Continúo ladera arriba, me interno entre aquellos valles de rocas moldeadas en extrañas galletas por algún artífice, tal vez un cíclope, que tras un siglo de botellón, se hizo una apuesta con sus colegas a que dejaba aquello tan irreconocible como un cochecito de bebé turbo con 32 válvulas.
Se ve que el tío ganó el reto, porque encima esculpió enigmáticas figuras de animales y seres mitológicos sobre la roca, sobre los cuales la pacha mama depositó su toque ‘tuning’ vegetal para completar la tarea.
Para celebrarlo se fueron con el silencio de la tarde en busca de otros valles para hacer más “trastadas”, pero como iban sin papeles y declaraban a Hacienda menos que un falsificador de billetes de 500€, fueron deportados al país de los sin retorno.
Si alguien lo encuentra por favor, que le dé un toque de mi parte, pues necesito hacer unas reformas en casita, obra menor en todo caso.
Ha sido un paréntesis entre examen y examen.