
Las dimensiones truncadas, parte I
Amelie y Marcos se conocieron la tarde del último día del año en una tienda de souvenir, un tanto quiche, de esas que tanto abundan en Torremolinos, ella buscaba algo económico para llevar a sus compañeras del instituto, él más bien perdía el tiempo por Playamar, en espera de ver a sus colegas para tomar una copa juntos antes de la cena.
Más que flechazo fue un misil lo que salió de los ojos de Marcos, cuando se agachó para ayudar a aquella francesita a recoger las figuritas que su bolso había desparramado desde las estanterías al suelo, ella empezó a hablar en su lengua de un modo atropellado, nerviosa sin duda por el estropicio. Tuvo Marcos que echar mano de su oxidado vocabulario galo para tranquilizar a la muchacha al decir: “Doucement, petit a petit les oiseaux faissent son nide”.
Una vez solucionado el incidente la invitó a tomar algo en el Quitapenas, escaleras arriba, conversaron sobre los tópicos del enclave turístico, cuando él espetó:
-¿Te gustaría conocer esta noche el verdadero meridiano del tiempo?
- Querrás decir el paso de un año a otro.
- Estoy hablando de internarnos en una especie de fractal en continua expansión.
Ella tenía sus dificultades con el idioma, pero no dejaba de sorprenderse con aquella propuesta tan irreal, lo mismo aquel individuo estaba bajo los efectos de algún alucinógeno, por lo que se lo tomó a medio en serio, medio en broma. Marcos desafió:
- Solo tenemos que entrar en la huerta de la Cruz para comprobarlo.
Ella, que siempre fue reticente ante la fanfarronería de sus compañeros masculinos, alzó su copa y apuntando hacia él no vaciló:
- Allez, s’il vous plaît.
Marcos disponía de una copia de la puerta trasera de la casa, se hizo con ella cuando trabajó en la escuela taller de cerámica que volvió a dar vida a buena parte de aquel inmueble, la otra parte ya la tenía por sí mismo.
Más que flechazo fue un misil lo que salió de los ojos de Marcos, cuando se agachó para ayudar a aquella francesita a recoger las figuritas que su bolso había desparramado desde las estanterías al suelo, ella empezó a hablar en su lengua de un modo atropellado, nerviosa sin duda por el estropicio. Tuvo Marcos que echar mano de su oxidado vocabulario galo para tranquilizar a la muchacha al decir: “Doucement, petit a petit les oiseaux faissent son nide”.
Una vez solucionado el incidente la invitó a tomar algo en el Quitapenas, escaleras arriba, conversaron sobre los tópicos del enclave turístico, cuando él espetó:
-¿Te gustaría conocer esta noche el verdadero meridiano del tiempo?
- Querrás decir el paso de un año a otro.
- Estoy hablando de internarnos en una especie de fractal en continua expansión.
Ella tenía sus dificultades con el idioma, pero no dejaba de sorprenderse con aquella propuesta tan irreal, lo mismo aquel individuo estaba bajo los efectos de algún alucinógeno, por lo que se lo tomó a medio en serio, medio en broma. Marcos desafió:
- Solo tenemos que entrar en la huerta de la Cruz para comprobarlo.
Ella, que siempre fue reticente ante la fanfarronería de sus compañeros masculinos, alzó su copa y apuntando hacia él no vaciló:
- Allez, s’il vous plaît.
Marcos disponía de una copia de la puerta trasera de la casa, se hizo con ella cuando trabajó en la escuela taller de cerámica que volvió a dar vida a buena parte de aquel inmueble, la otra parte ya la tenía por sí mismo.
La vivienda olía a humedad y a un perfume extraño, a poco que comenzaron a subir por un escalera de caracol que conducía al mirador del ala Este una intensa luz los envolvió.
Continuará...