
Cuenta una fuente bien animada que en esta plaza de Tarifa, durante el reinado de Sancho IV se reunían los domingos ocho hermosas jóvenes para contarse sus secretos y mirar de reojo, entre guiños y mal disimuladas risas a los esclavos árabes que ese día se vendían en almoneda.
Celosos y molestos los capitanes regios tomaron cartas en el asunto e hicieron traer de Tánger al afamado alquimista Ben-Pelota, para que infringiese un castigo ejemplar a quienes pusieren la vista encima de aquellos tesoros de doncellas. El comisionado, (por la comisión que trincaba), puso manos a la obra y elaboró un perfume mágico, el cual vendió la víspera del mercado, envuelto en mil zalemas a las afortunadas, de tal modo que quien percibiera su aroma, al momento quedaría hechizado por su embrujo y convertido en todo lo opuesto a lo deseado.
Llegó el día señalado y cuando estaba presto al inicio, con la multitud congregada, se oyeron toques de fanfarrias y un gran tropel de jinetes de la media luna que asediaban las murallas. Con el tumulto que se armó los ocho aguerridos capitanes se aproximaron a increpar a las agraciadas y perfumadas, porque estorbaban las maniobras de sus huestes, con tanta vehemencia se acercaron a ellas que el sortilegio hizo efecto y ellos quedaron convertidos en las ranas que veis. Ante la falta de estrategia defensiva los atacantes tomaron la fortaleza y se rindieron a los encantos de las damas.
Desde entonces los ‘capitanes rana’ no cesan de manar. En cuanto a Ben-Pelota terminó de edil de parques, jardines y mobiliario urbano.
A lo mejor no fue así, pero ¿quién sabe?