
Tal vez fueran bancos donde se libraron ardientes encuentros, con algunas caricias que supieran a un trozo de tarta de gloria; alero en el que buscaron refugio de un inesperado aguacero dos amantes; galería que alborotaba la chiquillería propia y parte de la ajena; fresco rincón en el que las amojamadas señoras merendaban, asistidas por lozanas criadas con uniforme de negro riguroso y cofia impoluta; simple capricho de un terrateniente que enarbolaba su poderío desde la misma entrada de su hacienda.
Pues nada de eso, era en realidad la entrada del edificio de Tabacalera en Málaga, que se convertirá en concha de la burocracia municipal. Romanticismo cero, lo siento a éstos yo no los voté.