De sobra sabe el personal que todo el monte no es orégano, pero siempre brota algún prócer con vocación de pastor de almas, como Enrique Múgica cuando declara ante las cámaras de TVE: "No puede legislarse porque haya un movimiento popular al calor de unos sucesos que ocurren en unos determinados instantes. No se pueden cambiar las leyes".
Se trata, según este prócer de la sociedad, de dar la espalda a la voluntad de la ciudadanía. Cosa muy habitual entre la casta política. Los "dioses" de la Moncloa, junto con los que ocupan el vértice del poder judicial, según esta peculiar óptica, deben decirnos a la masa plebeya qué y cuando sembrar en el barbecho, señalar la época de la cosecha, evitar que trepemos sobre los riscos de la sierra, así nos evitarán el vértigo del vacío, generado por sus plegamientos y sus fallas tectónicas, que en las otras ya arderán más de uno con grande regocijo del público.
Mucho me temo que el Defensor del Pueblo se ha pasado varios sin ser apercibido. De tanto viajar en Ave se pierde la perspectiva del peatón, quien hastiado de tanta lentitud y atasco ha decidido subirse al carro del referéndum popular, el más democrático de los instrumentos para pedir la cadena perpetua para ciertos delitos, por ello se rasgan las vestiduras los que imponen sus ideas como baluartes de una estirpe por encima del bien y del mal.
Con el hecho de considerar la ley como un coto exclusivo de un reducido número de socios, puede que le salga el tiro por la culata, el mayor furtivismo consiste en poner trampas morales a quien aspira a dejar de ser presa de tanta inseguridad e impunidad.
Como diría Victor Jara: "A desalambrar, a desalambrar. Que esta tierra es tuya y es mía..."