
Tal vez me explayé demasiado con cuestiones académicas, pero el caso es cosa de celebrarlo. Arrancaré el próximo curso sin lastres.

PD.- El escarabajo picudo es cosa mía, la tarta es exquisita obra y foto de mi hermana. A cada cual lo suyo.
PD.- El escarabajo picudo es cosa mía, la tarta es exquisita obra y foto de mi hermana. A cada cual lo suyo.
Si V.I. (vuesa ilustrísima) no acertare a discernir que este cura, mozo de familia hidalga, hoy pudiere mudar los votos de castidad y obediencia hechos ha poco menos de un año, obedece en buena medida a que jamás prendió, en su pecho de Deán Mayor de fierro, la llama del amor, fuego que desde un tiempo a esta parte me ha devorado como un pastizal seco, incendio que cunde desde que la señora Cristobalina Alarcón penetró en este templo y con su mirada de arcángel, que no de Lucifer como culpara V.I., se propuso rescatarme de una existencia vacua, de sopa monacal, vino selecto y otras canonjías.
He echado de ver la dicha de sus versos, censurados por ignorantes abates, la misma hacienda donde moraban Adán y Eva, ahora vislumbro ese paraíso entre los albos senos de mi señora, mientras desciendo como un potro por las colinas palpitantes, hasta ese altozano donde inmolaré todo mi ser como hombre, al tiempo que se unen ambas bocas, ávidas de un latir al unísono.
Aunque pueda, que seguro lo podrá, parecerle grande herejía a juicio de V.I. y al todavía más fiero tribunal del Santo Oficio, en absoluto me arrepiento. Me propongo tomar como esposa a la dicha Cristobalina, quien ha otorgado su libre consentimiento para esta ocasión, al contrario de cuando fue entregada siendo casi una niña al anciano conde de Santillán, por unos padres más movidos por fanegas de tierra calma y maravedís que por la ventura de su descendiente.
Ahórrese V.I. las pesquisas de los alguaciles regios y los servidores de Torquemada, cuando nos procuren en Oriente viajaremos por Occidente y a la inversa.Cristobalina y Anselmo viajaron tras una rocambolesca huida hasta la capital hispalense, “acomodados” en una carreta cargada de harina, entre unos tablazones que dejaban un escaso hueco, si bien el vehículo fue detenido en varias ocasiones por agentes de la autoridad real y eclesiástica, la fingida melopea del carretero y su verborrea ahuyentaron toda sospecha, nótese que no eran tiempos de alcoholímetros ni otros puntos a menguar.
El capitán de un galeón que traficaba con lingotes de oro, unos legales y otros esquilmados a las cecas reales y al sufrimiento de una encomienda indígena, no tuvo más inconveniente que el peso de 30 doblones para registrar los emigrantes con cédulas falsas.
De nada sirvieron los despachos de captura alentados por los de Roma, quienes mostraban poca disposición a que un fichaje de este calibre jugara en el equipo rival. Nuestra pareja se instaló en lo más profundo de la selva valdiviana, donde sólo rige la ley de la pacha mama.
Retazos de fantasía germinados al albur de una siesta.