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aí en la cuenta el otro día,
mientras ayudaba a una amiga en su mudanza, de la cantidad de trastos que
acumulamos a lo largo de nuestra existencia. Objetos mudos que atiestan trasteros;
experiencias que en ocasiones sirven de bastón para transitar vericuetos. En
otros casos, llevamos abultadas mochilas que nos joroban al subir las cuestas
cotidianas. Todos llevamos un Diógenes dentro.
Trasto
es encontrarse al personal en muchos sitios angostos, con sus palitroques, esos
que sostienen los dispositivos con lentes de plástico para autorretratos. La
semana pasada tuve la suerte de recorrer el Caminito del Rey. Una senda
singular que transcurre, a lo largo de un buen trecho, colgada de la cornisa
del desfiladero de Los Gaitanes. Pese a la prohibición expresa de usar tales
artilugios, te los encontrabas por doquier.
El
camino por aquel paraje, cerrado durante décadas por el riesgo y el deterioro hasta
límites extremos, me puso de manifiesto, por enésima vez, la desidia de quienes
rigen los destinos de este pedazo de tierra. Se ha privado al público del
disfrute de un enclave único. De vez en cuando se agitaba como banderita
electoral la restauración, pero luego se metía en el trastero de las promesas.
Hace poco ha terminado su restablecimiento y brilla en el centro del salón con
luz propia.
Para que
os hagáis una somera idea, inserto algunas fotos del lugar. Digo somera idea,
porque hay que disfrutarlo en primera persona con los cinco sentidos. El vértigo
mejor dejarlo en casa, debajo del canapé o donde haya hueco.
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Aproximación al Caminito desde la estación de El Chorro. |
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Preludio de lo que aguarda al visitante. |
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A varios metros de tierra firme. |
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Verticalidad |
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Capricho geológico. |
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Restos del antiguo caminito. |
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Superposición de caminos |
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Puente colgante, punto clave del camino. |
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Cables de acero |
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Ingeniería versus naturaleza. |
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Maqueta de un dios caprichoso. |
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El cauce se abre paso. |
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Puente clausurado. |