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Oy me propongo en este espacio pisar el acelerador de la imaginación. Recrear las confesiones de un coche, como si me hablara desde el más allá del desguace. Las imágenes son del museo del automóvil de Málaga, al estar captadas con el móvil o celular (como prefieran), dejan mucho que desear.
Me cuenta aquel Bugatti Galibier de los años 30 que su vida fue de lo más aburrida desde que lo adquirió un obeso y rico comerciante. En cambio cuando pasó a manos de su hijo Filippo la cosa pegó un vuelco de 180 grados.
Al volante de mis 137 CV aquel tipo me provocaba no pocas salidas de la infames carreteras de la época. Claro que como mejor se lo pasaba era en el noble y espacioso asiento trasero con sus conquistas. Cierta fría noche de noviembre, tras culminar su sesión a la orilla del lago Garda con una cupletista que actuaba en Verona (por cierto que fingía fatal), dejó a su pareja tirada en una venta del camino por tener una gracia que contar a sus colegas. Mis faros de bombillas incandescentes a duras penas se abrían paso a 130 km/h sobre una pista terriza, que llevaba al palacete de los progenitores. Al salir derrapando de un cerrado viraje a izquierdas, mis tambores de frenos tuvieron que emplearse a fondo para evitar que los 1.800 kilos de mi esqueleto terminaran empotrándose contra un carruaje averiado en mitad de la calzada. Al final me detuve en una embarrada huerta sembrada de rábanos.
Mi conductor se bajó dispuesto a jurar en arameo y algo más contra aquellos transeúntes, pero la escena no podía ser más inesperada. Sobre el carromato yacía Francesca con serias pérdidas de sangre, a punto de dar a luz; el marido que no daba abasto entre los gritos de su esposa, el llanto de una niña de apenas tres años, el mulo dando brincos, tratando de escapar y una de sus ruedas fuera de su eje, sin que acertara a encontrar la clavija que sujeta a ambas piezas, todo esto a la escasa luz de un quinqué.
Esta vez le salió la vena filantrópica a Filippo, tal vez porque se acordó de lo ocurrido a su madre con los mellizos perdidos. Entre los empujones de aquel hombre y los tirones del mulo me retornaron a la carretera. Con todo el personal instalado en mi interior, los apenas 20 kilómetros hasta el hospital santa Eufemia se me pasaron en un subir y bajar de válvulas, a Francesca creo que se le hicieron eternos, solo por el rictus de su cara en el retrovisor.
El estruendo de mi frenada, con los pocos restos de zapata que me quedaban, sacaron al celador de la puerta de su modorra y puso en movimiento al personal sanitario sin dilación. A los pocos minutos asomaba el inequívoco llanto del bebé desde una ventana del segundo piso del destartalado edificio.
23 comentarios:
Qué ganas me han entrado de ponerme un pañuelo a los años 50 para no despeinarme e ir a dar un paseo al campo mientras miro de reojo el paisaje, porras
Hola...
Las fotos no están mal, me gustan pese a estar hechas con un móvil.
Sabes? Todos tenemos historias que contar, hasta aquel Bugatti Galibier que tuvo, al parecer, una vida intensa.
Me has dejado enganchada y espero ya el desenlace del relato.
Mientras tanto te mando mil besos y sonrisas, vale?
Muy buen relato, eres un buen cronista.
Besossssssss
muchas ganas de sentir el viaje... :)
Ya estaba yo renegando de Filippo y sus locuras de niño bien, cuando el frenazo del Bugatti me ha vuelto a la realidad y me he percatado de que algo tendrá en el pecho el chaval:)
Espero la segunda entrega
Abrazos
Esperaremos entonces...
De nuevo una curiosísima entrada, que pone voz a una parrilla de refrigeración y corazón a unos pistones, como siempre me has sorprendido, esperaremos con avidez la segunda entrega... jjjjaja
salu2
No me digas eso... que mi coche debe estar hasta las narices de mi jajajajajajajaj
Besicos
Encantada con la lectura.
La foto de Sevilla, preciosa.
Un beso
No me gustan los coches en general, pero los de época son tan bonitos...
erees genial y la foto de mi sevilla... maravillosa
Estas historias tuyas son bien divertidas, Nómada.
Ay que tierna historia que cuenta el Bugatti, ahora le miraré con ojitos distintos..., ya no solo será de interés esa mirada ahora que sé que también tiene sentimientos.
La foto es muy buena.
Besitos.
Mientras leía tu magnífico relato pensaba que menos mal que mi coche no puede hablar. O eso espero...
Besos
Vaya crónica!!! Me encantó la historia que cuenta este narrador de cuatro ruedas. Filippo era el típico gilipollas que no se merecía un Bugatti Galibier, pero como la vida es tan injusta, no tuvo la criatura que hacer esfuerzo alguno para conducir tan noble "caballo".
Al menos tuvo unas dosis de raciocinio e hizo otra cosa diferente en su coche que retozar en el asiento trasero y transgredir el límite de velocidad...
Eufemia tuvo un viaje al hospital bastante "brillante".
Besos
A mi me gustan los deportivos...jaja, digo los hombres y los autos, claro! jeje.
Besos para ti.
mar
Ummm que giro..
me apetece ponerme estilo años 20 y coger ese auto.. y buscar a mi abuela...y encontrarla e irme con ella a pasear por el paseo maritimo..
en coche, su coche que ella conducia..
y este coche podría ser ideal para ella y para mi...
y si..
mis coches todos tienen almas..
y experiencias... delante y detrás, ja, ja, ja,
me gusta que vuelvas a mi blog
-besitos en buggy
Un beso con muchisimo cariño
Gracias
Por fin puedo entrar a tu blog, Nómada, no había manera!!!
Curiosa historia, hay que ver estos coches, cómo son.
Esperaré la siguiente entrega, está entretenido este relato.
Besitos
Hola, pasé solo a saludar, pues no voy a poder quedarme a leer. Te dejo un abrazo como recuerdo.
Gracias por comentar.
Andri
¿y qué le has dado tú al Bugatti para que se desnude de tal forma contigo?
mm
mmm
mmm
Besos cogiendo velocidad
Utilidad para un Bugatti de súper lujo. Muchos de los que lo han tenido seguramente no se les pasaría por la cabeza la posibilidad de ayudar a alguien, no sea que se les estropeara la tapicería.
Besos, Nómada, Feliz Navidad.
Una feliz dedicatoria
¡a un coche!
hay amores que matan,
pero siempre son
excusables.
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