sábado, 9 de febrero de 2008

Paseo vespertino


Elena llevaba toda la vida buscando una salida del estrés, había acudido a todo tipo de terapias alternativas, centros de yoga y otras disciplinas orientales cuando aquella tarde descubrió que a pocos kilómetros de casa se hallaba la solución a todos sus problemas.

El cerro de Santa Catalina que fue plantado de almendros por la mano de Zeifa, hija del vigía de la atalaya para que su amado cuando regresara desde el Sudán con el encargo de oro que le había hecho el Zegrí divisara a principios de febrero los cerros blancos como sus pechos y no dudara el timonel con la derrota de la nave.

Nunca pudo volver el esperado gomer porque un fuerte temporal se llevó al fondo del estrecho lo más granado de la Alcazaba, los árboles siguieron dando sus flores y sus frutos y las abejas atesorando toda la ternura de la doncella al libar los pétalos inmaculados.

Elena adquirió un bote de miel de aquellos parajes, fue probarlo y hallar la plenitud de mil soles de invierno en medio del páramo yerto, desde entonces no necesita ansiolíticos ni más zarandajas. Además le vino estupendamente para el resfriado.

Al menos la historia tiene un final dulce, con polisacáridos que no engordan al contrario del azúcar refinado.

Impresiones

Todo es subjetivo, dejemos volar el yo imposible.

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Tratando la conjución de ocurrencias e imágenes. No pongo música porque se cabrean los de la SGAE.