A
|
quella mañana aspiraba a bucear
en la mujer que hubo tras las transparencias. Quería convertirme en un espíritu
de primavera. Abrazar la fragancia de un cuerpo que encendía las mañanas con la
llama de la fusión entre átomos y besos. Solo que me perdí en las escaleras y
tras perseguirla por los tragaluces, me quedé sin conciencia entre las ondas
del techo. Terminé buscando el cielo por aquellas chimeneas. Esto me contó un
espectro amigo, con acento extranjero, quien entabló conversación conmigo en la
casa Batlló de Barcelona.
Posiblemente
sean éstas y pocas más las transparencias que podamos vislumbrar en estos
tiempos. Las jesuíticas sartenes gubernamentales han cocinado una tortilla sin
huevos, bautizada como Ley de Transparencia. El “maitre” ya ha puntualizado que
la Casa Real no está obligada a probar esta magistral receta. Por lo visto no
somos nadie para saber qué pasa con el maná que riega la Zarzuela.
Menos
mal que hubo otros tiempos y otros genios como Gaudí con un pensamiento alejado de la mediocridad que nos rodea.