Las dimensiones truncadas, III
Castillo de Colomares en Benalmádena (Málaga)
La clave para entrar en aquel extravagante castillo, sin poseer llave alguna, radicaba en invertir el letrero del número siete, bajo la reproducción de la quilla de la “Santa María”, a ras del estanque se abrió una portezuela, por ella se internaron la pareja de fugitivos.
A primeras horas del día la temperatura no daba para muchas alegrías, no había prendas de abrigo por parte alguna, puesto que el lugar hacía años que estaba deshabitado. Amelie estaba al borde de la hipotermia, encender la chimenea tampoco era solución, por muy seca que estuviera la leña el humo inicial hubiera delatada la presencia humana en aquel lugar, cosa que deseaba evitar Marcos a toda costa.
Recordó nuestro protagonista las indicaciones de su tío, sobre los antiguos baños árabes, ubicados en un extremo del castillo, hasta allí llevó en brazos el cuerpo azogado por la tiritona de Amelie, pudo comprobar cómo un chorro de aguas termales partía de un muro, para anegar un estanque que luego desaguaba ladera abajo. Depositó el cuerpo de ella, aún aferrada a su cuello sobre el agua más que templada como solución de choque al desequilibrio térmico.
Amelie no sabía cómo agradecer todas aquellas atenciones, por lo que se limitó a besar profundamente a su guía. Marcos armándose de discreción comentó:
-Te dejo para que te relajes con el baño, nadie sabe que estamos aquí, puedes tomarte el tiempo que quieras.
- Tengo el cuerpo cortado, en cuanto entré en calor estaré dispuesta.
Ahora se planteaba otra cuestión peliaguda de solventar: ¿cómo secar el cuerpo de Amelie? Sin toallas ni tejidos que lo sustituyeran. Recordó las propiedades del mastranto, por lo que en esta época no tuvo dificultad en recolectar un buen haz de la misma.
Amelie no pudo disimular su extrañez al ver aquel montón de hierba:
-¿Qué vas a hacer con esos hierbajos?
-Es tu toalla y tu perfume.
-Vaya, otro ritual de desquiciados.
- Confía en mí, además no disponemos de albornoz ni otros lujos, así que tú verás si deseas secarte o quedarte en remojo eternamente.
Marcos, puro nerviosismo al principio, trazó todas las curvas de aquel atlas de sensualidad, ella se dejaba hacer, no sin contener algún espasmo por su extrema sensibilidad hacia las cosquillas, cuando llegó a la conjunción más íntima de la muchacha, un leve movimiento con la cabeza de ella hacia atrás fue el plácet para continuar con la labor de masaje que proporcionaba la suave aspereza de la ‘Mentha rotundifolia’, a la par que impregnaba todo los poros y la estancia de fresco aroma.
Aquel vegetal y las manos del muchacho obraron como el más potente de los afrodisiacos. Los cuerpos terminaron formando una columna salomónica que se expandía y contraía rítmicamente, sus deseos se elevaron al cielo por encima de todas las almenas, hasta terminar exhaustos al pie del ventanal, plenos de la luz del Mediterráneo que inundó la estancia.
Aún queda alguna peripecia más.