sábado, 10 de enero de 2009

Paso del tiempo III



Las dimensiones truncadas, III

Castillo de Colomares en Benalmádena (Málaga)

La clave para entrar en aquel extravagante castillo, sin poseer llave alguna, radicaba en invertir el letrero del número siete, bajo la reproducción de la quilla de la “Santa María”, a ras del estanque se abrió una portezuela, por ella se internaron la pareja de fugitivos.
A primeras horas del día la temperatura no daba para muchas alegrías, no había prendas de abrigo por parte alguna, puesto que el lugar hacía años que estaba deshabitado. Amelie estaba al borde de la hipotermia, encender la chimenea tampoco era solución, por muy seca que estuviera la leña el humo inicial hubiera delatada la presencia humana en aquel lugar, cosa que deseaba evitar Marcos a toda costa.
Recordó nuestro protagonista las indicaciones de su tío, sobre los antiguos baños árabes, ubicados en un extremo del castillo, hasta allí llevó en brazos el cuerpo azogado por la tiritona de Amelie, pudo comprobar cómo un chorro de aguas termales partía de un muro, para anegar un estanque que luego desaguaba ladera abajo. Depositó el cuerpo de ella, aún aferrada a su cuello sobre el agua más que templada como solución de choque al desequilibrio térmico.
Amelie no sabía cómo agradecer todas aquellas atenciones, por lo que se limitó a besar profundamente a su guía. Marcos armándose de discreción comentó:
-Te dejo para que te relajes con el baño, nadie sabe que estamos aquí, puedes tomarte el tiempo que quieras.
- Tengo el cuerpo cortado, en cuanto entré en calor estaré dispuesta.
Ahora se planteaba otra cuestión peliaguda de solventar: ¿cómo secar el cuerpo de Amelie? Sin toallas ni tejidos que lo sustituyeran. Recordó las propiedades del mastranto, por lo que en esta época no tuvo dificultad en recolectar un buen haz de la misma.
Amelie no pudo disimular su extrañez al ver aquel montón de hierba:
-¿Qué vas a hacer con esos hierbajos?
-Es tu toalla y tu perfume.
-Vaya, otro ritual de desquiciados.
- Confía en mí, además no disponemos de albornoz ni otros lujos, así que tú verás si deseas secarte o quedarte en remojo eternamente.
Marcos, puro nerviosismo al principio, trazó todas las curvas de aquel atlas de sensualidad, ella se dejaba hacer, no sin contener algún espasmo por su extrema sensibilidad hacia las cosquillas, cuando llegó a la conjunción más íntima de la muchacha, un leve movimiento con la cabeza de ella hacia atrás fue el plácet para continuar con la labor de masaje que proporcionaba la suave aspereza de la ‘Mentha rotundifolia’, a la par que impregnaba todo los poros y la estancia de fresco aroma.
Aquel vegetal y las manos del muchacho obraron como el más potente de los afrodisiacos. Los cuerpos terminaron formando una columna salomónica que se expandía y contraía rítmicamente, sus deseos se elevaron al cielo por encima de todas las almenas, hasta terminar exhaustos al pie del ventanal, plenos de la luz del Mediterráneo que inundó la estancia.
Aún queda alguna peripecia más.

lunes, 5 de enero de 2009

Paso del tiempo II

Las dimensiones truncadas, parte II
Lejos de subir, la espiral de la escalera devolvió a la protagonista femenina a un siglo completo de retroceso en el tiempo, apareció a media noche en un lúgubre sótano, donde se vio semidesnuda y atada a una columna de mármol rematada por dos serpientes, no pudo reprimir un prolongado grito de sorpresa. Unos individuos con túnicas moradas y encapuchados recitaban una salmodia incomprensible. El maestro de ceremonias de aquella secta, híbrida de la masonería y el satanismo, se acercó a ella con una daga, más afilada que cuchillo jamonero en ciernes de la navidad. Había sido seleccionada por el ritual del monarca de las aberraciones, como víctima propiciatoria para festejar el primer aniversario de la secta.
Marcos por aquellas fechas desempeñaba el papel de criado en la mansión de los duques de Rebanda, por lo que días antes pudo oír los planes del señorito y sus compinches, como el pobre no era muy afortunado en el trato con las mujeres urdió un plan para actuar en el último momento, a ver si de este modo salía bien parado.
Marcos se ocultó en una hornacina excavada a medio camino de la angosta escalera del subsuelo, preparó una caja de madera llena de piedras gruesas, a la que ató un cordel, justo en el momento en el que Leandro Rebanda se disponía a ejecutar la primera de las incisiones sobre la aquella nívea piel, pegó un tirón seco de la soga, por lo que el cajón inició un atronador descenso por los peldaños de madera, algunos cedieron y se rompieron, lo cual dio más credibilidad a las alteradas voces del mancebo: ¡Un terremoto!, ¡Un terremoto!...
La cofradía allí congregada se olvidó al instante de sus aviesas intenciones, se apresuraron a escapar, por una portezuela que daba a la bodega contigua. Marcos aprovechó la confusión para librar a Amelie de sus ataduras e iniciar la huida en sentido ascendente a pesar del desparrame de peñascos que había organizado.
La siguiente fase consistía en ocultarse él y la muchacha liberada en un lugar seguro. A poco que se descubriera la superchería sus amos lo buscarían hasta debajo de las piedras, no precisamente de las que había desparramado.
Marcos era hombre de atar cabos, de programar hasta el último fleco, por lo que dispuso el mejor corcel negro de su amo en el cuarto donde se almacenaba la leña y el carbón, cubrió previamente los cascos del animal con fieltro para evitar el ruido.
A lomos de corsario salió disparada la pareja en dirección al cerro del Higuerón, a unos 12 kilómetros, dominado por el castillo de Sentempiés, las relaciones entre los propietarios de la fortaleza y la familia a la que servía Marcos no podía estar más enconadas.
Amelie, en su confusión del tiempo disperso, no paraba de preguntarse quién era aquel desgalichado muchacho, que tan oportunamente había intervenido ni que intenciones albergaba, difícilmente podían ser peores que la cuadrilla de los morados. Por lo pronto ella, sin ropa interior cabalgaba delante del jinete, abrazada por éste, con lo que el galope del noble bruto proporcionaba un roce que a Marcos ya le afectaba en sus partes más sensibles.
Un tío del muchacho dejó dicho a Marcos la apertura secreta de la mansión, puesto que llevaba desde pequeño como jardinero en Sentempiés, ahora deshabitado, ya que los señores marcharon a hacer las "américas". De este modo pudo la pareja internarse en aquel territorio comanche para los Rebanda.
Continuará, a ser posible…

Impresiones

Todo es subjetivo, dejemos volar el yo imposible.

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