lunes, 20 de diciembre de 2010

Crónicas de un Bugatti (II)

D
Ejé la historia del ‘buga’ a las puertas del hospital, con el bebé recién nacido, en la entrada anterior. A ver qué nos dice ahora este coche que hablaba a algunas personas.
Filippo fumaba apoyado en mi guardabarros casi tan nervioso como el padre de la criatura, cuando se giró al oír unos pasos a su espalda. Aquella enfermera de melena pelirroja y encrespada, que a duras penas podía controlar bajo la cofia, a contraluz de aquella miserable bombilla le pareció un ángel cuando se acercó a dar más detalles del alumbramiento:
-Ha sido una suerte que la hayan traído a tiempo, cinco minutos más y no hubiéramos podido hacer nada por la vida de ambas. Ahora su esposa está muy fatigada, ha perdido mucha sangre, pero se recuperará. La niña es preciosa y pronto podrá verla.
Los dos hombres se abrazaron como si fueran amigos de toda la vida. Quién le iba a decir al señorito que terminaría en franca camaradería con un labriego; del que recibió todo tipo de parabienes.
Filippo iba esa noche subido en una montaña rusa de emociones, no acababa de salir de una cuando otro subidón de adrenalina le desbordaba. Pero reflejos no le faltaban, se fijó en el nombre que lucía bordado en la bata de aquel ángel blanco, Sonia. Ensayó la mejor sonrisa posible en medio de la trasnochada:
-Disculpe Sonia, ¿podría invitarla a un café? El turno de noche debe haber sido agotador.
-Usted es el conductor más eficaz que he conocido, pero no intente ligar conmigo.
Mi piloto no estaba para alfilerazos, dejó caer toda su masa sobre el paragolpes, casi me lo descuajaringa el tío. Sonia ya había dado unos pasos de vuelta a su templo cuando giró el torso y encendió una lucecita de concordia.
-Venga hombre, se lo acepto, pero de enfermera a conductor de ambulancias, aunque esos son los peores.
 Aún me tuvo allí esperando, bajo la rociada, hasta las ocho de la mañana, con la vana ilusión de llevar a Sonia a su casa cuando saliera de turno; pero un vulgar Fiat Topolino con un no menos vulgar conductor griparon las cromadas ilusiones de Filippo.
Lejos de regresar a casa el señorito pisó a fondo mientras bordeábamos el lago Garda. Un charco de lágrimas se filtraba en el cuero de mi tapicería. Con parte de mi suspensión y sistema de frenos mermados estaba claro que ese modo de conducir solo llevaba a que yo le sirviera de ataúd en el fondo de cualquier acantilado. Fatídica casualidad de enamorarse y verse despechado en la misma noche, para que yo pagara los platos rotos. No tuve más remedio que hacer de las mías, terminé de romper la mangueta de la rueda delantera derecha, ya tocada tras el ajetreo en el rabanal, de inmediato me fui contra un talud y Filippo quedó inconsciente, con un fuerte golpe en el pecho y una brecha en la ceja. Tal vez me pasé, porque entonces no teníamos airbag, cinturones de seguridad y otros inventos, pero creo que acerté, ya que las relaciones entre humanos a veces son como estas esferas, se tocan en un solo punto y el magnetismo hace el resto, por lo que relataré en la próxima entrega.

Impresiones

Todo es subjetivo, dejemos volar el yo imposible.

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Tratando la conjución de ocurrencias e imágenes. No pongo música porque se cabrean los de la SGAE.