martes, 20 de julio de 2010

Callejero romano


Nada mejor para tomar el pulso a la Roma callejera y, por qué no decirlo, turística que internarse por los alrededores de la Fontana de Trevi. Te zambulles en un verdadero hervidero humano, por lo que la captación de los monumentos sin gente –manías del nómada- es una tortura infernal que obliga a agudizar el ingenio. Aunque un mimo sin una sonrisa infantil es tanto como un maniquí en un desván.
El transporte público deja bastante que desear en cuanto a pulcritud, el aire acondicionado le suena a bielorruso a muchos vehículos. La bofetada a la pituitaria está asegurada. Aún así es el medio más económico y efectivo para desplazarse, si quieres evitar el vampirismo de las agencias y sus excursiones más light que un plato de agua.
La plaza Navona congrega un buen número de visitantes en torno al conjunto escultórico que ennoblece sus fuentes. También existen en Roma abundantes surtidores de agua potable fresca gratuitos. ¿Quién dijo que no se producían los milagros en la ciudad “santa”? Ya está bien de hacer el primo a base de pagar dos euracos por un botellín de medio litro en los puestos callejeros, regentados en su inmensa mayoría por pakistaníes. No sé por qué me recuerda esto a don Vito y la familia.
En la ruta hacia el Tíber no conviene dejar sin visitar la plaza da Fiori y el dédalo de callejas que la circundan, el mapa mejor que te hagas un gorrito con él y preguntes al personal nativo, que suelen dar todo tipo de facilidades. En algo nos parecemos.
Tenderetes donde repostar no faltan en aquellos lugares, pues lo mismo te venden calabacines en flor que unos jamones un tanto travestidos. En esto el nómada es más devoto de los “santos” patrios Gijuelo y Jabugo.
El día se remata más a gusto entre el laberinto de callejas y terracitas del Trastévere, pero sin entrar al trapo a la primera de cambio. Hay que estudiar con lupa la lista de precios.

Otra opción para escapar al trajín urbanita son los jardines que rodean villa Borghese. A la entrada del museo te requisan la cámara de fotos y el móvil nada más pagar 11 euros en la “biglietteria”. Si quieres imágenes te retratas comprando cartolina (postales). Lo siento no hubo manera de plasmar las obras de Bernini allí custodiadas.
Sólo fatla por reseñar la visita al Vaticano, de la cual algo adelanté en la primera de las entradas de esta serie

Impresiones

Todo es subjetivo, dejemos volar el yo imposible.

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