sábado, 11 de diciembre de 2010

Crónicas de un Bugatti (I)



H
Oy me propongo en este espacio pisar el acelerador de la imaginación. Recrear las confesiones de un coche, como si me hablara desde el más allá del desguace. Las imágenes son del museo del automóvil de Málaga, al estar captadas con el móvil o celular (como prefieran), dejan mucho que desear.
Me cuenta aquel Bugatti Galibier de los años 30 que su vida fue de lo más aburrida desde que lo adquirió un obeso y rico comerciante. En cambio cuando pasó a manos de su hijo Filippo la cosa pegó un vuelco de 180 grados.
Al volante de mis 137 CV aquel tipo me provocaba no pocas salidas de la infames carreteras de la época. Claro que como mejor se lo pasaba era en el noble y espacioso asiento trasero con sus conquistas. Cierta fría noche de noviembre, tras culminar su sesión a la orilla del lago Garda con una cupletista que actuaba en Verona (por cierto que fingía fatal), dejó a su pareja tirada en una venta del camino por tener una gracia que contar a sus colegas. Mis faros de bombillas incandescentes a duras penas se abrían paso a 130 km/h sobre una pista terriza, que llevaba al palacete de los progenitores. Al salir derrapando de un cerrado viraje a izquierdas, mis tambores de frenos tuvieron que emplearse a fondo para evitar que los 1.800 kilos de mi esqueleto terminaran empotrándose contra un carruaje averiado en mitad de la calzada. Al final me detuve en una embarrada huerta sembrada de rábanos.
Mi conductor se bajó dispuesto a jurar en arameo y algo más contra aquellos transeúntes, pero la escena no podía ser más inesperada. Sobre el carromato yacía Francesca con serias pérdidas de sangre, a punto de dar a luz; el marido que no daba abasto entre los gritos de su esposa, el llanto de una niña de apenas tres años, el mulo dando brincos, tratando de escapar y una de sus ruedas fuera de su eje, sin que acertara a encontrar la clavija que sujeta a ambas piezas, todo esto a la escasa luz de un quinqué.
Esta vez le salió la vena filantrópica a Filippo, tal vez porque se acordó de lo ocurrido a su madre con los mellizos perdidos. Entre los empujones de aquel hombre y los tirones del mulo me retornaron a la carretera. Con todo el personal instalado en mi interior, los apenas 20 kilómetros hasta el hospital santa Eufemia se me pasaron en un subir y bajar de válvulas, a Francesca creo que se le hicieron eternos, solo por el rictus de su cara en el retrovisor.
El estruendo de mi frenada, con los pocos restos de zapata que me quedaban, sacaron al celador de la puerta de su modorra y puso en movimiento al personal sanitario sin dilación. A los pocos minutos asomaba el inequívoco llanto del bebé desde una ventana del segundo piso del destartalado edificio.
Lejos de mi intención abusar de vuestra paciencia, así que en la próxima entrega os desgranaré como terminamos, incluido yo, porque los automóviles también tenemos sentimientos.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Dame alas que no consejos

 Despegue desde playa de Guadalmar. Archivo propio.


E
Ste puente, tan esperado como agradecido por lo bien ubicado, ha resultado un vía crucis para cientos de miles de viajeros. De buenas a primeras a la gendarmería del cielo le entró un jamacuco, ‘mu’ gordo según los vigías de las torres. Los pájaros de metal sin ellos no son nadie y la humanidad sin estos pájaros se queda sin alas y sin destino.
El viernes día tres los cielos se despoblaron de tráfico y los aeropuertos se convirtieron en campamento de refugiados. Incluidos los militares repartiendo mantas y bocatas. Las ilusiones quedaron trituradas por la termomix de quienes, con razón o sin ella, castigaron con saña a los que financian su “exiguo” salario que alcanza en algunos casos los 900.000 euros al año. Dicho en cristiano más de 149 millones de pesetas que dividido entre 14 (12 meses + 2 pagas extras), nos salen más de 10 millones de pesetas mensuales.
El Real Decreto-ley 13/2010 les debió sentar como una bomba a este gremio de “mendicantes”, tal vez por eso se hicieron el longui ante el caos que provocaron en un santiamén. Pepiño Blanco y sus colegas entretanto recomendaban no asomar las narices por los aeropuertos, aportando como solución unos teléfonos 902 (de tarificación adicional para más trinque). Aena repartía hojas de reclamaciones como caramelos en una cabalgata de reyes. Las aerolíneas de entrada salían con aquello de santa Rita lo que se da no se quita, o sea de devolver ‘na’ de ‘na’. En todo caso buscarían medios de transportes alternativos, para llevar a sus clientes como la suegra del automóvil de abajo supongo.
El país más que un estado de alarma parece sumido en un estado de cachondeo. Por más que el gran jefe esconda la cabeza bajo el ala Este de la Moncloa alguien debe salir al balcón y dar explicaciones serias. O en caso contrario hacer la maleta y entonar aquello de: “Adiós mi España querida…” de Antonio Molina.
Cuenta un amigo que cierto día andaba haciendo pellas con sus colegas de facultad. Habían libado vino moscatel para más de un positivo, justo cuando el cuerpo pide más y el bolsillo se queda seco. El colega sacó una botella del maletero con un líquido verde, asegurando a sus camaradas que se trataba de Pipermint de garrafón. Como el personal andaba con el pico caliente lo ingirieron sin más, aunque hubo quien tuvo sus desarreglos intestinales al día siguiente. Se trataba de líquido anticongelante del que se usa para los automóviles.
El personal afectado por el puente ha pagado sus billetes a precio de gran reserva y le han servido algo similar a lo que hizo mi amigo. Si es que no tienen luces.
Pd. Las fotos de los coches son del museo del automóvil de Málaga.

Impresiones

Todo es subjetivo, dejemos volar el yo imposible.

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Tratando la conjución de ocurrencias e imágenes. No pongo música porque se cabrean los de la SGAE.