domingo, 10 de agosto de 2014

El coro femenino

Claustro de la abadía del monte Saint Michel. Francia.


L
os vigilantes nocturnos coincidían en sus versiones sobre un coro de adolescentes que se oía a medianoche, con la primera luna llena de julio, entre los muros de la abadía del monte Saint Michel, en Normandía. Los cánticos cesaban bruscamente, para dar paso a una ruidos de carreras y alaridos que ponían los pelos como escarpias.
Decidí investigar aquel fenómeno de forma un tanto heterodoxa. Mediante un canal musical con el más allá. Formamos un equipo de tres intérpretes musicales: Odette (arpa); Lorraine (violín) y Camille (flauta travesera).
Organizmos tres equipos, cada uno compuesto por una artista musical y un ayudante con cámara estereoscópica, enfoque “full frame” con ISO muy elevada. Cada uno de ellos instalados en una sala con mayor frecuencia de anomalías.
A los pocos segundos de iniciar Camille el adagio de Albinoni, la enorme rueda que servía para izar las provisiones a la parte superior de la abadía comenzó a girar con hirientes crujidos de madera. Insistí por el intercomunicador a la asustada flautista que no detuviese su interpretación. El sensor de la cámara recogió la dinámica iluminación que se proyectó sobre las columnas.
Cerca de las antiguas mazmorras Odette alivió la densa atmósfera con la sinfonía nº 40 de Mozart. Las bóvedas nervadas se tapizaron  de formas circulares sobre fondo violeta.
En la basílica, Lorraine acometió el primer movimiento del concierto para violín en Re mayor Opus 61 de Beethoven. En la descomunal nave gótica, la noche dio paso a una luz intensa. Las voces femeninas ahogaron las notas de la cuerda con las Cuatro canciones para coro op. 44 de Brahms.
En la chimenea de las cocinas apareció la silueta de un ser diabólico. Gritaba por escapar de aquel espacio. Un esqueleto se agitaba en el fondo de un foso. Agua y fuego emergían por unos arcos. Me situé en el crucero de la abadía y me dirigí a las galerías laterales con toda la fuerza de mis pulmones: “Estamos aquí para ayudaros. Por favor, decidnos cómo y lo haremos”.
Una voz en francés, un tanto anticuado, explicó: “Somos 21 alumnas de un liceo de Fougères, fuimos secuestradas y torturadas por los nazis, acusadas de colaborar con la resistencia. Queremos que sean hechos públicos los nombres de quienes cometieron los asesinatos. Todos están enterrados en el cementerio alemán. Sus nombres son: …”. Detalló la lista de culpables.
A la mañana siguiente fuimos al cementerio, buscamos las lápidas correspondientes y marcamos con pintura roja la leyenda en alemán: Teen Mörder (asesino de adolescentes). La abadía ha recuperado su calma habitual y su trasiego de turistas.











Impresiones

Todo es subjetivo, dejemos volar el yo imposible.

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Tratando la conjución de ocurrencias e imágenes. No pongo música porque se cabrean los de la SGAE.