Como la noria de la vida nos mueve de forma inexorable, sube hoy esta entrada sobre las horas previas al gran bullicio de la feria de día, hace años que en este rincón tenemos doble feria, sí igual que la doble contabilidad. Una de día y otra de noche, algo así como jaleo de guardia mire usted, pero además desdoblamos la ubicaciones. ¿La de día en un sitio y la de noche en otro? No exactamente, ahora tenemos dos ferias de día: una en el centro de más folcloreo y más lucir tipo, que ya son ganas, en plena canícula, las de embutirse en un traje de faralaes o de campero, botos de Valverde del Camino incluidos, aunque lo único que se monte sea un desgalichado ciclomotor 'made in Korea'. Puesto que jinetes y équidos dejaban el centro tal que una cuadra poco reluciente, amén de los tropiezos con los peones que estorbaban el jaque al lucimiento del poderío europata, hubo que buscar una solución: otra feria de día paralela en el real del Cortijo de Torres para que deambule el carrusel equestre a partir de mediodía -con la fresquita vamos-. Cierran y abren el cortejo sendas máquinas automatizadas de limpieza, por que de lo contrario...
El llamado cortijo no es tal, ¿alucionaciones de algún Quijote entonces? Me explico, es el nombre de una barriada o mejor dicho de una enorme explanada a punto de ser engullida por los polígonos industriales que la circundan. En ella se han instalado las casetas que ofrecen al viandante o cabalgante, según se presente, sus ofertas gastronómicas a las mismisimas puertas, todo un abanico de manjares que más bien parecen las bodas de Camacho.
Los árboles que desprenden humo en modo alguno son fruto de pirómano descarriado, sino artificio de los servicios operativos del consistorio para mitigar los rigores estivales a base de difusores de agua.
El personal de cocina debe de andar hasta el gorro, porque desde el almuerzo hasta la cena es un sin vivir, en estas latitudes los horarios son poco europeos y más flexibles que promesas de ministro en campaña electoral. Es decir que empalman semana entera al pie del fogón. La inmensa mayoría son de entrada libre, al contrario de lo que ocurre en la metropolitana Sevilla.
Como aún quedan clases, los de la rebotica (boticarios por supuesto), han montado su chiringuito con aire acondicionado y un segurata a la puerta en plan San Pedro con mala leche, para discriminar quien goza y quien se priva de pisar aquel templo construido a toda pastilla y jarabe.
Otro día tal vez siga contado un poco más de este enredo, no se vayan a marear con tantas vueltas.
Nota: en absoluto tengo objecciones contra el noble bruto, sino contra el uso urbanita narcisista ornamental que se hace del mismo. Su elemento es el campo.