Entre tanta ruina, el visitante llega a la conclusión de toda obra erigida ad maior gloria del gobernante no es más que una burla del destino. Eso sí, duraban un rato largo más que las fastuosas chapucillas de Espe, Pepiño y similares. En nuestro coliseo ibérico los leones andan de vacaciones. Los gladiadores de siempre tras haberse cruzado unos cuantos mandobles de pega, merecen “ambos dos”, que diría un colega, que toda la grada señale con el pulgar a tierra. No se trata de pedir que se abran en canal mutuamente, sino que dejen de salir a la arena para amansar a las fieras con un tridente romo y unas redes por remendar. Entre tanto el procónsul Montilla, con la complicidad del césar Zp, amenaza con cruzar el Rubicón de la carta magna. Aquí cada cual rebusca en el baúl de la historia, para justificar señas de identidad perdidas con el tirano y que arrancan justo en el miliario que interesa. Puestos a remontarnos lo mismo resulta que Viriato era del Alto Ampurdán; por lo tanto el imperio cometió una tropelía contra la Generalitat y ahora hay que resarcir a ésta, a base de esclavas nubias y oro de las leonesas Médulas.
Para reponerse de este tráfago lo mejor será tomarse embutidos y una fruta mientras en piaza Navona se escucha aquello de ¡forza España!