L
|
os jerarcas del fútbol
profesional nunca han sido santos de mi devoción. Mucho menos con la patada
(léase multa de 2.000€), que propinaron al futbolista del Real Jaén Jonathan Mejía.
El grave delito de este joven consistió en celebrar un gol, con la muestra de una leyenda en su camiseta interior que daba ánimos a los chavales enfermos de cáncer. Un pecado mortal para los meapilas del
Comité de Competición.
Al final
se ha impuesto la cordura. La sanción ha sido anulada. El Comité de Apelación ha dado la razón al Real Jaén,
donde juega este joven con un par de balones. Manda pelotas que clubes,
televisiones y barandas con despacho oficial trinquen una pasta en concepto de
publicidad. En las ruedas de prensa aparece, como telón de fondo, un panel
repleto de marcas comerciales. No digamos los futbolistas, sino que hasta los árbitros sean
un hombre anuncio. En cambio se demoniza un caso de humanidad como un estadio
olímpico de grande.
Me
retiro a mi banda, lejos, muy lejos del deporte rey. Cambio el césped de las pasiones por otros
campos con miras más amplias. Os invito a chutar por encima de los tres palos.
En el Camorro Alto. Torcal de Antequera. Málaga.