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El clima de perros del sábado no fue obstáculo para un miniescapada por Algarrobo pueblo, núcleo urbano desconocido para el gran público, sobre todo germano que opta por la versión costera. Hasta el punto de que algún bar cuelga el rótulo: “Se habla español”.

Vistas así las cosas tocaba saborear la fibra popular de las callejas empinadas, con nombres tan sugerentes como escalera al cielo. Lástima que los desconchones ganen la partida en algunas fachadas. El casco urbano rezuma trazado de origen árabe, por lo estrecho y sinuoso, la sombra en verano es un tesoro, hoy con los escasos 12ºC es un castigo. El ayuntamiento, con más voluntad que orden, ha sembrado de carteles seudoexplicativos numerosos rincones. Se impone preguntar a la legión de la tercera edad, siempre tan voluntariosa, para orientarte.

En la parte alta del pueblo se alza el llamado Ventanal Marinero, que ofrece unas vistas panorámicas casi perfectas, ya que los invernaderos de plástico atacan como virus el entorno. Peor será cuando levante vuelo la economía y los polímeros se sustituyan por cemento. Con tanto deambular y superar desniveles se impone reparar energías. Mi olfato de “gastrobroker” me lleva a invertir en una docena de tortas de Algarrobo, hechas a base de aceite de oliva virgen, harina y almendra; en concepto de mercados de futuros energéticos. Si bien para el rédito inmediato me decanto por el “pescaíto” en Torre del Mar, donde apenas cabe una acción en el nutrido corro por las comidas de empresas de estas fechas. El dividendo de pez araña y jibia plancha se cotiza a buen precio, repuntan así las mermadas reservas de una jornada de continuos vaivenes.